“Es que nadie va a pensar en los niños”. Esa es la
repetitiva frase que suele decir Helen Lovejoy, mujer del reverendo de Los
Simpsons, para endulzar algunos capítulos de la famosa serie animada. No
obstante, si hubiera estado anoche en el estadio Santiago Bernabéu presenciando
la final de Copa del Rey de fútbol entre
Real Madrid y Atlético Madrid, la hubiese repetido, con mucho más énfasis.
El motivo, corrían los últimos minutos de la prórroga, con el marcador a favor de los colchoneros (1-2), cuando una entrada por detrás del rojiblanco Gabi al merengue Cristiano Ronaldo fue el principio del fin de un gran espectáculo futbolístico. Como si del efecto dominó o mariposa se tratarse, una circunstancia llevó a otra y pronto el deporte se vio sustituido por actitudes a cada cual más reprochable. Empujones, enganchones, alguna patada, demasiados insultos y algún que otro puñetazo volaron ante la perplejidad de muchos espectadores y telespectadores.
Los había que daban la espalda a lo que estaba ocurriendo y
también quienes lo alimentaban con sus gritos desde la grada o el sillón de su
casa. No obstante, existían algunos aficionados que no sabían que hacer. Les hablo de los niños. Esos que se preguntaban
qué y por qué estaba pasando lo que sus ojos estaban contemplando. Esos que
piensan en los jugadores como sus héroes o como alguien a los que admirar o
copiar, estaban observando como sus ídolos estaban cambiando el balón por los
puños.
Da igual quien lanzará la primera piedra o quién no debía estar en el banquillo por no estar convocado, o si el árbitro no supo/no pudo apagar la mecha antes de que la sangre llegará al río. Lo importante es que no vuelva a suceder y que implicados, periodistas o ultras de ambos equipos hagan como si nada hubiera pasado. O aún peor, que lo acepten como uno de los ingredientes propios de un derbi.
Es entendible que cuando un deportista profesional se
encuentra en una situación de tanta tensión y con el corazón a tan elevadas
pulsaciones es difícil, e incluso inevitable, controlar según qué reacciones.
Sin embargo, una cosa es dejar escapar un insulto o una patada puntual en un
determinado momento y luego arrepentirse y disculparse, y otra muy distinta es
la tángana que se vio entre ambos banquillos en los últimos instantes del
choque.
Ellos, los del Atlético de Madrid y el Real Madrid, y todos
los demás, empezando por el FC Barcelona y acabando por uno mismo, deberíamos
hacérnoslo mirar. Y es que a pesar de
que este tipo de sucesos no ocurren muy a menudo afortunadamente, tampoco son
un hecho aislado. Pensemos en ellos.